30 de septiembre de 2012

K y Abandoibarra: dos solares en el País Vasco

Los dos terrenos más relevantes de finales de los ochenta en el País Vasco fueron  el recodo de la ría donde se implantaría el museo Guggenheim de Bilbao y el solar K de San Sebastián. Antes de ser solares ambos estuvieron destinados a otros usos y los dos acabarían sustentando edificios significativos para su ciudad.
Con motivo del Festival de Cine de San Sebastián que se celebra estos días y el consiguiente ritual anual de la aparición del edificio de Rafael Moneo como marco, quizás no esté de más hacer una pequeña reflexión sobre la presencia de estos inmuebles en los medios y el papel que ha desarrollado el suelo en su apariencia final.
Solar K en Donostia
Terreno del Guggenheim en Abandoibarra

Los dos solares compartían algunos aspectos y se diferenciaban radicalmente en otros. Ambos provenían de otros usos previos y han llevado a cabo voluntaria o involuntariamente —en Bilbao de manera más acusada— tareas de regeneración y redefinición urbanas. Ninguno de los dos convivía con otros solares colindantes, sino que estaban aislados del continuo edificatorio en áreas relativamente abiertas, circunstancia que aceptaron, tensándola, las formas de los proyectos que los completaron. No hay concesiones: el museo Guggenheim es una tormenta detenida o un cardumen de peces desembarcado de la ría, y los volúmenes del Centro cultural y auditorio del Kursaal son, como describía el lema del concurso internacional con el que concurrió el anteproyecto, dos rocas varadas en diálogo más con el mar que con la tierra. La voluntad de ambos no fue arraigarse formalmente en la ciudad, sino darle un nuevo sentido. Las continuidades y concesiones a lo construido fueron mínimas: un zócalo testimonial en el Kursaal, y un cuerpo de oficinas que intenta un ritmo más tradicional de huecos en el caso del museo.


Palacio del Kursaal a principios del siglo XX
Zona industrial de Abandoibarra. Años 80.
Cada uno dominaba horizontes muy distintos. El de Bilbao estaba rodeado de una desarticulada edificación periférica de perfil bajo y su horizonte natural eran la ría y el telón verde de los montes cercanos. El puente de la Salve tampoco ayudaba a distender lejos la mirada. El solar K tenía en cambio el mar como protagonista casi absoluto en la misma desembocadura del Urumea. Era una plataforma para mirar.
En las imágenes que circulan por internet las vistas del Centro cultural del kursaal son casi siempre parciales. O vemos desde la otra orilla de la ría del Urumea un alzado lateral que parece apuntar al horizonte como una flecha, o, si queremos abarcarlo por completo, la perspectiva debe ser desde el aire o el mar. Las estrellas de cine se fotografían con el mar de fondo en la plataforma que une los dos cuerpos, porque los espacios hablan más del horizonte que del propio edificio, que, a pesar de su corporeidad, elige retirarse a un segundo plano, confundiéndose con dos bloques rompeolas. Moneo parece seguir la vocación donostiarra de celebración del límite tan conmovedoramente narrada por Chillida en su Peine del Viento.

Vista parcial del Centro Kursaal
Visión lejana del conjunto
El Centro cultural del kursaal es pues difícilmente abarcable con la mirada desde la ciudad. Por este motivo posiblemente Gehry se sentiría incómodo en este lugar.
Antes del concurso de 1990 y del Plan Especial de Abandoibarra, Frank Gehry había comenzado ya a ensayar su novedoso repertorio de formas curvas. Y lo había hecho en lugares donde la perspectiva permitía presentar con rotundidad el carácter escultórico, clásico, de sus propuestas. Amplias avenidas, esquinas, pero, sobre todo, ríos, que aseguran la perspectiva urbana desde la orilla opuesta y aportan gratuitamente el agua como material donde los brillos metálicos quedan multiplicados y matizados, y la simetría enfatiza el objeto reflejado. Es el caso de los laboratorios de Iowa (1987), el museo Weisman (1990) o, ya más tarde, el edificio Nationale-Nederlanden en Praga (1992), el nuevo Zollhof de Düsseldorf (1994), Puerta de Venecia (2001, proyecto) o el museo Guggenheim de Nueva York (1998, proyecto), entre otros.
Laboratorios en Iowa
museo Weisman
Nationale-Nederlanden. Praga
Zollhof de Düsseldorf
El Guggenheim de Bilbao es quizás donde Gehry explota mejor las posibilidades del río y el agua en la presentación de sus propuestas tanto a la ciudad como a la cámara. La ubicación del solar en el corazón de la periferia industrial, sin más elementos naturales que la ría y el monte, en un entorno poco amable, lo hacen optar por la referencia a sí mismo. No sucede aquí como en el solar K de Donostia. El propio proyecto de Gehry busca el paseo alrededor del edifico a la distancia exacta bien por la orilla opuesta o bien por una pasarela curva dispuesta para la auto observación. Y el agua de la ría presenta como una bandeja de vidrio el objeto como sucedería en el escaparate de una joyería. Ahí están las imágenes de internet para ratificarlo. La tormenta de titanio, piedra caliza y vidrio que gira alrededor del vacío del atrio, acabó siendo una tormenta urbana que también arrastró al alza los precios del suelo y los usos tradicionales de las manzanas cercanas.

El museo Guggenheim posando
Un lugar para mirar o un objeto para ser admirado. Un difusor o un sumidero. Fondo o figura. David y Klimt. Cada solar, aislado en su individualidad, ha sido explotado al máximo en sus posibilidades.

Caspar David Friedrich. El caminante sobre el mar de nubes
Gustav Klimt. Adele Bloch-Bauer

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